jueves, abril 12, 2007



Estaciones de servicio

Aún huele a gasolina en la vieja estación de Reedhouse, aunque hace más de quince años que se cerró por falta de clientes. La carretera que va a Desmont es una serpiente en medio de rocas milenarias y bosques de pino. Quedó obsoleta con la construcción de la autovía y, poco a poco, todos sus negocios desaparecieron. La gasolinera aguantó hasta el final. El último coche que se detuvo a repostar fue un Ford del 75. Lo conducía un tipo polvoriento, con gafas de pasta y barba de tres días.

Mi primer beso lo di en la trastienda que había en la estación, rodeado de bidones de aceite viejo y repuestos oxidados. Lucy siempre contrastaba con el entorno por sus vestidos de verano llenos de colores. Le deje una pequeña mancha negra en su mejilla al acariciarla con mis manos y soltó una carcajada. Posiblemente ya sabía que manchaba todo aquello que caía en mis manos.

La parte más calurosa de la estación se encontraba, sin duda, en el foso que había al fondo del taller de reparaciones. El viejo Bill trató innumerables veces de colocar un ventilador en la zona superior, pero debido a las insistencias del consorcio técnico, las paredes y, especialmente, el techo estaban construidos con hormigón armado. Era prácticamente imposible taladrar el techo para colocar algún objeto pesado. Tal vez por eso, abundaban las lámparas de suelo, que dotaban al taller de cierto aire misterioso y sofocante.

Cuando Lucy se graduó en la universidad, utilizamos uno de los tanques para llenarlo de agua y jabón. Queríamos darle una buena sorpresa. El surtidor número tres comenzó a echar espuma por todas partes. Fue una idea tan descabellada como divertida. La manguera quedó inutilizable para carburante. Le pintamos un corazón rojo en la placa de su número y, desde entonces, quedó destinada a lavar el suelo y refrescar el tejado durante el verano.

Karen, la camarera, tenía el don de desconcertar a cualquier cliente cuando soltaba un comentario al tiempo que movía sus caderas. Los amores son como estaciones de servicio, no puedes continuar sin detenerte en ellos, pero tarde o temprano sabes que deberás irte – decía sonriéndote, mientras te servía un donut.

No sé si Lucy fue o no una estación de servicio. Desconozco si yo fui para ella un taller mecánico. Recordarla es como tocar el terciopelo. Creo que me enamoré de su ausencia. Se me aparecía en los silencios de los hoteles o escondida en la brisa del cuentakilómetros, entre sombras de valles y reflejada en otros cuerpos...

Tengo noticia de que se casó hace tiempo con un vendedor de tragaperras. Puedo imaginármela, rodeada de niños, aburrida y cansada. Él jamás la tendrá en su vestido de verano. Incluso ella habrá perdido ese recuerdo, posiblemente. Yo lo siento como mío. Me pertenece. Se me aparece. Cada vez que cruzo esta carretera para evitar el atasco de la autovía. Cada vez que paso por delante del viejo surtidor. Cada vez que se me enreda aquel dichoso beso adolescente…

2 comentarios:

Asha dijo...

Zapatiestas con Miss Karen!! ;-)

Aysssss esos besos adolescentes..

Bruma dijo...

Que bonita historia...
Y q bonito es quedarse con los recuerdos preciados, sin permanener lamentando el paso del tiempo.
¿No es bonito haber podido vivir algo tan especial? :)
Me ha encantado.