domingo, diciembre 17, 2006


Cosmología Errante

Un observador enajenado se sentó en la Luna. No en el satélite romántico sino en nuestra Luna, tan llena polvo e inerte de respuestas. Esto fue lo que dejó escrito en la arena:

"Si observo la Tierra, casi percibo un transcurrir que no me atrevo a llamar Tiempo.

Miro cómo se van encendiendo luces de ciudades y dormitorios. No sabe de fronteras políticas, brilla en todas las direcciones como un desesperado que grita en medio de la Nada. Otra cosa es la oscuridad, ausencia que abraza este curioso árbol navideño. Aún con todo, gracias al reflejo de la luna, se distinguen los continentes sobre el profundo azul de los océanos. Es un cuadro muy bello, una sinfonía voluptuosa. La noche de nuestro mundo es el cuadro más grande que jamás se haya pintado. Arquitectura de una evolución determinista, pero impredecible.

Somos tantos, que casi puedo asegurar que todas las cosas posibles ocurren constantemente y al mismo tiempo, y que solo existe una vida. En este preciso segundo; la concepción, el nacimiento, los primeros pasos, el amor y la muerte, la educación, las pasiones, el olvido..

Todo, concentrado en una sola gota de universo que se precipita sin referencias. El viaje es casi un sueño y nuestra vida una simple latencia. Es el Mundo el que esta vivo y no nosotros, que tan solo hablamos. Aquí le tienes, esférico solista de una partitura sin dueño. Tal vez el Teatro sea demasiado grande y nosotros un público algo miope."

Y aquí terminan sus divagaciones, no sin cierto dolor de nalgas. Es lo que tiene esta Luna ingrata que tanto ignora a los enamorados...

jueves, diciembre 07, 2006








Fotogramas y Porosidades



Cierro los ojos.

Más allá de mi control, y por un solo instante, logro silenciar la rutina. Es esa mecánica diaria de locución impertinente que empapa los abrigos y las voluntades. En este silencio, puedo recordar la foto de mi niñez. Y tiemblo. Siento que está ahí, en cada pared, en los vértices mordidos de cada una de mis esquinas. Es el rumor de la carcoma. Percibo cómo se mueve incansablemente dentro de las vigas de esta casa. Es casi un ruido blanco, un crujir de huesos. Nunca imaginé que el desierto de nuestras diferencias pudiera oírse. Pero ahí está, en cada rincón. Desde que me levanto y calzo estos zapatos de plomo, hasta que muero en la cama de nuestras tempestades.

Soy el eterno inquilino, que nunca vacía del todo su maleta.